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pepita machado

pintora de domingos

Cuenca, Ecuador, 1986. 

Comencé a pintar de niña, con mis hermanas, cuando mi papá nos regalaba hojas de papel bond y nos daba esferos, pinturas y lápices para que trabajáramos con ellos. Sin ningún tema en particular. Él siempre sonreía con aprobación ante nuestros garabatos y les guardaba en una carpeta de cartulina, con nuestros nombres. En el colegio, me gustaba dibujar mientras atendía clases. Hacía dibujos en cuadernos y en hojas, siempre de seres  imaginarios. Vendí el primero por algo así como veinticinco centavos. En la universidad, mezclé mis clases formales de derecho, muy alejadas del arte, con visitas tres veces por   semana al taller de mi abuelito don Víctor Arévalo, con quien aprendí sobre luces, sombras, colores, técnicas varias y también a hacer muñecos de papel maché y calidoscopios. 

Crecí en un medio con artistas como mi abuelito y mi papá, gran dibujante y caricaturista y por esta razón, no pensaba que el arte sería también parte de mi vida. Ya en la universidad, seguía robando tiempo de mis clases de derecho (o al revés, mis clases me robaban tiempo) para dibujar y pintar espontáneamente y me tomaba el espacio del estudio de la casa de mis padres para centro de operaciones. Desde el año 2008 comencé a pintar con más asiduidad, acrílicos y óleos en madera y lienzo, brea sobre cartulina y dibujos a tres lápices. Hice algunas exposiciones en espacios cálidos y pequeños, donde comencé a compartir con el público mis creaciones. 

Cuando una vida comienza, parece que infinitas serán las creaciones. En un momento pensé que pintar sería infinito. Me sentía prolífica  y sentía que los seres brotaban de mis dedos como respiraciones, o suspiros. Que era tan fácil darles vida y que serían tantos que no era importante fotografiarlos, o conservarlos siquiera.  Ahora pienso más bien, en la finitud de los actos humanos y sobre la individualidad y la irrepetibilidad de cada uno. Dibujar, como sacar una línea de paseo, también deja las obras que tiene que dejar. 

 

Me gusta escribir y describir las cosas con detalle. Pero cuando se trata de hablar de mi arte, me extravío. Me cuesta muchísimo cada palabra. Porque creo que es mejor dibujar y pintar que explicarlo. Cuando me preguntan qué significa cada obra, me quedo en blanco, generalmente.  Alguna vez pensé que nada en particular y llegué a decirlo en una entrevista televisiva que nunca, por eso mismo, salió al aire. Tenía como veinte años, pensé que era la juventud, pero aún ahora, casi diez años después, tampoco podría explicarlo con precisión. Más allá de eso, de la incapacidad para explicar y explicarme ciertas cosas, la pintura y el dibujo ocupan siempre un lugar central en mi vida. Aquí tengo una muestra de por lo menos doce años. Bienvenidxs.

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